El sujeto humano, el sujeto del deseo que es la esencia del hombre- a diferencia del animal-, no queda enteramente atrapado en esa captura imaginaria. Sabe orientarse en ella. ¿Cómo? En la medida en que aísla la función de la pantalla y juega con ella. El hombre, en efecto, sabe jugar con la máscara como siendo ese más allá del cual está la mirada”. (Jacques Lacan, 1964)
En general, para trabajar el tema de la mirada se suele usar como referencia la famosa serie Black Mirror que, a través de sus distintos episodios, nos ofrece historias muy creativas y originales que animan nuestros debates y reflexiones. Sin embargo, hemos elegido el film The Truman Show de Peter Weir que, a mi modo de ver, presenta una perspectiva diferente a la que nos solemos confrontar en los capítulos de la serie. Tal vez porque fue producida aún en el siglo pasado, hacia 1998, en el umbral del cambio de siglo. Tomemos en cuenta que por esos tiempos, el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, tuvo que exponer con todo detalle, frente a un tribunal y ante la opinión pública, sus fantasías y relaciones sexuales extramatrimoniales, trasponiéndose, sin piedad, la barrera entre lo público y lo privado -inicios del mal de la transparencia que aspira a transformar la intimidad del sujeto en una exterioridad expuesta.
En mi opinión, más allá de la denuncia al “todos somos seres mirados en el espectáculo del mundo”, Truman Show nos propone una épica del deseo y nos abre el camino para reflexionar acerca de la responsabilidad del sujeto, la causa y el consentimiento -temas sobre los que hemos reflexionado en diversas ocasiones a lo largo de nuestros seminarios. Efectivamente, la mirada está en el mundo, con estatuto de omnipresente, pero Truman nos enseña cómo se puede atravesar esa omnipresencia y la especularidad imaginaria, en particular, a partir de esa escena del final en la que Truman se confronta con Christof, su creador.
El nombre del director, en homofonía con Cristo, Dios, y Truman -True man, hombre verdadero en español-, en su lucha por advenir en tanto sujeto del deseo, resistiéndose al juego omnivoyeurista que le promete devenir una Star: “Tú eres solo esto que se da a ver” -es la propuesta de Christof. Sin embargo, Truman, pese a todo pronóstico, en un acto de subversión, tuerce el destino y elige, para su ser, la causa del deseo. “Nunca tuviste una cámara dentro de mi cabeza” -replica Truman. Yo no estoy ahí donde me miras. Estoy en Fidjí, estoy con Sylvia, en ese lugar en mi inconsciente (decimos los psicoanalistas) donde tu cámara de televisión no puede verme -el punto inaccesible del núcleo del sujeto.
Exploremos cómo es que Truman llega a este acto, cómo logra aislar la función de la pantalla y salir de su captura. La película comienza con una cámara que cae del supuesto cielo. ¡Muy interesante! Surge un objeto que se presenta disruptivo en relación al conjunto, y que sorprende al sujeto. Conforme avanza la trama, se harán presentes otros detalles, errores de la producción o fuera de cálculo: filtración de las frecuencias radiales, el falso elevador, los actores en el backstage. Esto que falla empieza a advertirle a Truman que debe haber algo más allá que él no sabe. Vacilan los escenarios en los que se mueve, el automatón revela la existencia de un guión.
Luego, el encuentro contingente con una mujer hace advenir el deseo y, con ello, la división del sujeto, y la revelación de su verdad: “Todos saben todo sobre ti”, “todo es falso“ -le advierte ella. La producción interviene inmediatamente para sacarla de escena simulando la llegada de su padre que argumenta que ella padece demencia y que se marcharán a Fidji. De ahí en más, Fidji será la ilusión de Truman así como la búsqueda incesante de reconstruir esa mirada del deseo con recortes de revistas, con la ilusión de reencontrar el objeto que ha perdido.
Se ha sugerido que el último plano de la película evoca la obra “Arquitectura al claro de luna” de Maigritte: Truman caminando sobre el agua con el cielo de fondo hasta llegar a unas escaleras blancas. Para muchos, esta pintura representa la entrada a un nuevo mundo o la salida a la realidad. Es un gesto bello del director Peter Weir, un guiño para la audiencia: el cuadro, la obra de arte, esconde y revela al mismo tiempo. Hay un cuadro dentro del cuadro, ahora es otro el juego de miradas. La mirada del artista, que nos vuelve a todos habitantes del cuadro.
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