La violencia contra la mujer, hoy
JIMENA CONTRERAS BUSTAMANTE
El tema que nos convoca esta noche es de una actualidad que duele. A diario los noticieros reportan sobre un nuevo hecho de violencia contra una mujer ejercido por su pareja, hecho que suele terminar en feminicidio.
Existen muchos textos escritos sobre el tema, ellos nos muestran diferentes maneras de aproximarnos al mismo, intentando aprehender algo sobre esta realidad que se impone en nuestra cotidianeidad. Una de esas lecturas posibles corresponde al feminismo. Podemos señalar que el movimiento feminista en su lucha por mejorar la condición de la mujer en la sociedad, llevada adelante desde hace tres siglos, ha ido construyendo un discurso de reivindicación señalando sus puntos de lucha en consonancia con la realidad social del mundo occidental, principalmente.
El reconocimiento de la mujer como ser racional, como ciudadana con derecho al voto, a la propiedad, a la educación, a la autonomía es resultado de la lucha de las mujeres en las calles y de propuestas formuladas en espacios de toma de decisiones. Si bien los logros sociales alcanzados son innegables, hoy todavía existe una situación de desigualdad social que sostiene el discurso reivindicatorio de los diferentes movimientos feministas. Su discurso se apoya en planteamientos brindados por la sociología y la antropología. Es así como el carácter patriarcal de la sociedad y la posición machista adjudicada a los varones en su relación con las mujeres, constituyen el pilar de la lectura social que realizan sobre el tema que nos convoca esta noche.
Son muchos años de trabajo del movimiento feminista que han permitido hacer que lo íntimo, lo que era secreto por acontecer al interior de cada hogar, pase a la esfera pública, lo que ha puesto en la mesa de discusión el debate sobre si las desigualdades sociales del ámbito privado son relevantes a la hora de debatir sobre la igualdad política, el voto universal o las libertades civiles (Pateman, 1996: 3). Para muchas feministas, como Kate Millet, el hacer referencia al ámbito privado permite visibilizar la dominación patriarcal en todas las esferas de la vida, entre ellas, la familia, la sexualidad, la política.
Es así como, en instancias nacionales y también internacionales como las Naciones Unidas, se discute el tema. Este es un hecho trascendental con relación al tratamiento del problema, porque ha permitido el desarrollo de políticas de acción que implican, por un lado, la promulgación de leyes para protejer a las mujeres y sancionar a los agresores, y, por otro lado, la creación de instancias administrativas encargadas de gestionar y aplicar la ley. Es así como nace todo un aparato institucional orientado a la atención de mujeres consideradas víctimas. Todo este proceso constituye un logro social que no podemos desconocer, sin embargo, los resultados no corresponden con el esfuerzo empleado. Hay algo que nubla una satisfacción posible: los niveles de violencia no han bajado. Veamos un poco lo que ha sucedido, es sólo una mirada sobre los hechos:
En Bolivia, desde el inicio de la implementación del aparato legal-institucional se trabaja intentando frenar la incidencia de hechos que provocan un sufrimiento, socialmente reconocido, en mujeres y en niños. No conozco análisis que se refiera al sufrimiento en los varones, menos aún en varones agresores.
La lectura que se hace de la violencia, desde una posición de género, no ha cambiado en su esencia, pero lo que sí viene surgiendo a nivel social y no solamente en las instituciones, es una posición cada vez más radical y punitiva que se cierra ante lecturas diferentes que podrían fortalecer el trabajo realizado por las instituciones. La falta de apertura al diálogo empobrece el quehacer diario en la lucha contra la violencia.
Al interior de las instituciones se viven momentos de desconcierto, frustración e impotencia. La ley no alcanza para llevar adelante los procesos legales dispuestos por ella. Muchas veces son las propias mujeres que acuden a las instituciones buscando ayuda, quienes hacen caer los procesos. En general no aceptan romper la relación con su pareja. Con frecuencia preguntan: “¿lo van a meter en la cárcel?” Ante una respuesta afirmativa se escucha: “yo no quiero eso. Voy a retirar mi denuncia”. A veces retiran la denuncia con el siguiente comentario: “es mi marido, qué van a decir en mi familia si lo dejo, me van a ver mal”; otras veces aparece lo que creo está en juego en el momento en el que acuden a la institución, un pedido: “sólo quiero que le hagas entender que se tiene que portar bien, que tiene que cumplir con su familia”. Las más de las veces, parecería que buscan en la institución una instancia que puede poner orden en su dinámica de pareja.
Entonces decimos: a la vez que la existencia de la ley es insuficiente para conseguir los objetivos propuestos, las posiciones radicales y punitivas con relación a la violencia tampoco brindan elementos que permitan escuchar a esas mujeres. El desconcierto institucional lo confirma. Con frecuencia se solicita a los operadores, sean estos trabajadores sociales o psicólogos, convencer a las mujeres para que no retiren su denuncia y así dar continuidad a los procesos. Convencerlas no tiene nada que ver con escucharlas.
Considero que, en el tratamiento que se hace de la violencia que sufre la mujer en manos de su pareja, se recorta el comportamiento llamado violento poniendo énfasis en la sanción. Es decir que este comportamiento se constituye en objeto-fin de un accionar social - institucional. De esta manera desaparece la mujer como sujeto. Ella es reducida a objeto-víctima. Lo mismo sucede con el agresor, solamente tenemos el comportamiento que permite nombrarlo, su posición de sujeto también es dejada de lado.
Existen muchos tipos de violencia posible, en Bolivia están tipificados en la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia. Es una lista útil y necesaria. Sin embargo, muchas veces, pareciera que quienes hacen uso de ella sólo la utilizan para el tratamiento legal de una conducta, olvidando al sujeto presente en ella.
Hasta acá, he intentado plantear una mirada sobre el tratamiento que da la sociedad, a través de las instituciones, a la violencia que sufre la mujer en situación de pareja. Esta mirada contempla también los tiempos que vivimos ahora.
La violencia ha estado presente siempre en la historia de la humanidad, sin embargo, lo que podría marcar la diferencia, me parece, es el uso mercantil que se hace de ella, uso posibilitado por el sistema económico actual. Por ejemplo, a través de series se recrea la vida de personajes poderosos cuyo éxito está rodeado de violencia, incluida la violencia de género. Estos personajes, sujetos a su propia ley, son valorados socialmente y provocan que el público se identifique con ellos.
Quizás podríamos decir que esta es una de las caras de la sociedad en la que hay un goce de la trasgresión donde el otro, el semejante, es reducido a objeto, objeto sobre el cual es posible actuar en función de intereses personales; mientras que la otra cara de la sociedad muestra esfuerzos sociales importantes para prevenir la violencia brindando protección a las mujeres.
Freud, hace cien años más o menos, habló sobre la pulsión de muerte señalando la tendencia agresiva presente en el ser humano. Cualquiera puede ser capaz de destruir al otro, es más, como él señala, para auto-conservarse el ser humano orienta hacia el otro esa tendencia agresiva.
¿En qué momento se actúa esta tendencia agresiva? ¿Qué sucede, en el contexto de una relación de pareja, para que emerja la violencia? ¿Qué sucede en el varón para que ejerza violencia sobre su pareja? ¿Qué sucede con la mujer para que, como sucede muchas veces, viva y acepte esa situación de violencia durante años?
Lacan señaló que allí donde falta la articulación significante, surge la violencia. Dice: “¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia y que reina, ya allí, incluso sin que se la provoque?” (Lacan, 1954 1979: 136).
En el Seminario 5, Lacan, al diferenciar violencia de agresividad, cuestiona si la violencia puede ser reprimida, para continuar señalando que la represión recae sobre aquello que ha accedido a la estructura de la palabra y la violencia, justamente, se manifiesta cuando falta la articulación significante.
Entonces, los esfuerzos implementados por la sociedad para informar, educar a las mujeres empoderándolas, no alcanzan para tratar aquello que está en juego en cada ser hablante que pase por experiencias de violencia, me refiero tanto a varones como a mujeres.
Escuchar al ser hablante va más allá de oír y apuntar para que quede una constancia de los hechos acontecidos. Escuchar al ser hablante posibilita una intervención diferente. Lo muestra así el trabajo en una institución sobre la que Gabriela Villarroel puede hablar.
Referencias:
Freud, S., (1929 1986). El malestar en la cultura. Obras Completas. Volumen XXI. Buenos Aires: Amorrortu.
Lacan, J., (1954 1979). Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la “Verneinung” de Freud en Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI.
Lacan, J., (1957-1958 1999). El seminario de Jacques Lacan, Libro 5, Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós.
Pateman, C. (1996). Críticas feministas a la dicotomía público/privado. Barcelona: Paidós.
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