A raíz del capítulo de Black Mirror titulado “Arkangel”, que trata de una madre que implanta un chip de vigilancia a su hija de 3 años después de que un día la pierde de vista, me lleva a varias reflexiones detonadas en este espacio de investigación y su anudamiento a la violencia en los niños y adolescentes.
En este capítulo, se puede ver en un primer momento que la madre al no poder simbolizar eso de lo que le aterra ante la hija perdida en el parque con una posible narración, queja, reclamo, se encuentra una salida por la ciencia que tapona eso que la conmociona. Entonces la madre en lugar de ir a elaborar su trauma por medio de la palabra, ¡Voilà! la ciencia le ofrece otra solución, una vigilancia absoluta de su objeto hija.
Ya de entrada lo simbólico en la madre está taponado por parte de ella y se acomoda a lo que la ciencia le ofrece. En las buenas intenciones de proteger a su hija, ¿Será que ella se protege de su propio horror? Y este tapón la lleva a lo peor al final de esta historia.
Implantado el chip viene un segundo momento, el dispositivo trae la opción de pixelar las imágenes que le pudieran causar un elevado cortisol a la hija, cualquier imagen tensa generada por emociones, la niña no podrá ver, se le ofrece la opción a la madre de decidir que ve o no su hija.
Esto nos confronta con el sentido de protección a los niños en la parentalidad actual y acrecentada más aún por el discurso científico que avala esta creencia en donde todos los peligros a los cuales al niño se le debiera proteger vendrían únicamente del exterior, inclusive la agresividad y la sexualidad.
Desde el psicoanálisis sostenemos esa distinción ya que la pulsión de muerte nos habita y la necesidad de lo simbólico es crucial para intentar nombrar en algo eso que pulsa en cada hablanteser.
En este capítulo de la serie la ciencia nos da un claro ejemplo de promover un sistema de vigilancia que deja por fuera la palabra y que promueve la creencia que si una imagen agresiva, sexual, violenta, no se ve, no se aprende y se protegería al humano de manifestar violencia. Luego se demuestra que esta niña al no ver esas imágenes queda a merced de un cuerpo que siente la pulsión agresiva y además siente más fascinación por indagar sobre eso que le prohíben.
La madre por un tiempo decide no vigilar a la niña hasta la adolescencia y empieza a vigilarla en la sexualidad y tomar decisiones sin decirle nada a ella. Nuevamente se produce el salto de la imagen y vigilancia de la madre a las decisiones con el cuerpo de esta adolescente sin tramitarlo por la palabra. Al final la hija en un acto violento golpea a esta madre con su propio objeto de vigilancia, una pantalla tablet, ésta se va de la casa con rumbo desconocido y la pierde de vista.
Las relaciones sociales hoy es con las pantallas y sus imágenes dejando por fuera la palabra de cada uno ante lo que se ve, cerrando los espacios para que cada sujeto pueda responder sobre eso que mira y conversándolas con un otro. Esto lo ligo a lo que nos recuerda Bassols en su cita del texto El imperio de las imágenes y el goce del cuerpo hablante: “<<Una imagen vale más que mil palabras>>. Se suele decir la frase olvidando al decirla que hacen falta al menos esas siete palabras para evocar una significación que ninguna imagen podría mostrar por sí misma, si esta imagen pudiera alguna vez quedar desligada del lenguaje. Ni mil imágenes valdrían entonces para decir esa significación, como tampoco para decir cualquier otra. Hablando propiamente, una imagen no dice nada, oculta más bien lo indecible que sólo la palabra puede evocar o invocar.”
Hay que ser firme en que la imagen no prevalece a la palabra. Tanto imagen y palabra son ficciones ante lo indecible de lo real que nos habita por dentro, de lo cual la única protección es justamente el anudamiento de esa imagen-real con la palabra. La vigilancia salta esa oportunidad de protección ya que de la imagen pasa al castigo, la censura, el sometimiento, el abuso, porque la imagen vale más de lo que ese sujeto pudiera decir. De a poco la época se ha hecho cómplice de este salto de la palabra, recurriendo a la imagen para funar, castigar, opinar de ese objeto vigilado, decidiendo por él, como esta madre lo hizo con su hija, aparece entre los jóvenes como única opción o un imperativo a validar las imágenes más que las palabras, y , si se deja por fuera lo valioso de las palabras, el diálogo, la conversación, ¿Cómo no esperar que el desenlace sea tan violento como el de esta adolescente de la serie de Netflix?